miércoles, noviembre 08, 2006

Las pesadillas son sueños también


En una ocasión me di cuenta de que de este lado de la cerca, las cosas eran desproporcionadamente más grandes o más pequeñas, más trágicas, más pedestres, complejas, rudimentarias. Aquí, para ella, no sería nada o sería el más puro absoluto y en ese lugar yo la extrañaría porque eso era lo que me tocaba a mí: la ambigüedad en un mundo donde sólo existirían las oposiciones.
El gato de Bernardo era un elefante construido como con parches y fisuras, derramando aquí y allá baba brillante, como los jugos del perverso de Sin City, como agua radioactiva, pegajosa y adictiva. A veces, solo en una rara remembranza señorial, recordaba los sonidos de Bernardo con su elefante, comportándose como un pedazo de ella también, un trozo adherido a un gemido, como piel-jadeo trayendo su alma, su rostro, su pudorosa desnudez.
Allí entre violada y liposa perecería como un gato elefantado derramando gotas de perversidad, con la elocuencia de lo fosforescente y la traición de un gemido, mientras Bernardo, voyeur de sí mismo, fumaría un habano lleno de gotas de sudor.
Yo en la cocina, reluciente y luminosa, oyendo, cuando la habitación es todo el orden, la definición que el mundo puede dar en colores cálidos y fríos. Oyendo que no hay nada que hacer. “La estrategia es así”, diría sentada y rumiando una resignación, “este virgo es así, como Cali, como la diosa que ataca de espaldas”.