martes, diciembre 20, 2005

el bosquejo de la espatula (inicio)


El primer trazo de blanco lo pensé en el espejo mirando a Glenn Close haciendo exactamente lo opuesto: sacándose el maquillaje para dejar paso a las lágrimas.
El resto venía como una cobertura de imágenes que recordaba sobre lo que habría de hacer más tarde. Vestirme espectacular. Un payaso sonriendo con cascabeles en las mangas, para que cada sorbo de ron tuviera un tintineo. Y mi risa, bueno, los dientes amarillos y el cigarro, botando el humo para confundirme en la pintura, en mi rostro espatulado.

Humo y pintura.

El espejo que me conseguí, con sus soquetes adheridos, sólo tenía dos que funcionaban, uno en cada esquina, marcando la sombra hacia abajo, hacia mi pecho oscuro, concho de vino por el traje de jirones, de tamboriles antiguos y un pequeño laúd que hacía sonar desafinado cada cierto rato. Pedro marioneta me miraba tendido como un senador romano bebiendo y comiendo uvas, el entrecejo terriblemente pronunciado, sombreado por los ángulos de su materialidad de papel maché, me corregía intransigente, me pensaba triste para la noche toda entera que aguardaba en los verdes anteriores, mucho neón, mucho crispado joven a punto de salir y buscar dormir como una tumba inamovible cerca de tu espalda. Pero esta noche no, esta noche nadie te bucearía las piernas, esta noche harías el ridículo, serías el ridículo, otro tipo de doncella despierta más allá de las 4 de la mañana.

La risa escondida como ola movediza detrás del dibujo de un océano.

Me levanto despierta sonando tintineos y clics, un sorbo de veneno para ser una víctima y aproximarme a todos los aplausos como esfinge de vergüenza a punto de morir.

Pedro marioneta distendiendo sus presagios, toma su sombrero y antes que caiga la hora, sacude su penacho y me saluda con una reverencia resquebrajada. Yo, envenenada ya, y llena de tributos, cojo el pequeño teléfono de alambre y escucho el tonar de la línea.

-Esperenme despiertos... llego en 15 minutos más.